La pesada tapa del sarcófago se volvía uno más de sus problemas, al momento en que el sol se ocultaba por detrás de las montañas.

Eran tiempos nuevos, caóticos, irreconocibles para su situación. Laenihm, vampiresa de hace un par de siglos, hoy confronta no solo la carencia de vitalidad, sino la de sangre para beber. Sus alargadas y arrugadas manos tientan los límites de su sarcófago, intentando aferrarse a lo poco que queda; palpa lo que puede ser la última vez que puede moverse. Su larga cabellera gris cae, hacia la gastada almohadilla dentro del féretro; continúa cayendo conforme la criatura se levanta. Recuerda los tiempos en que su largo, oscurecido, mortífero y sensual cabello podían hacer a cualquier ser humano, la hipnosis atrayente a su presa, para al final, ver su rostro a sus ojos embebidos de solo muerte, oscuridad en el fondo, los colmillos fuertes hundiéndose en la carne…

Tiene hambre. Tiene duelo. Tiene debilidad. Tiene eternidad.

El umbral de dolor humano finaliza una vez que muere, mas el de un vampiro se posterga por años; así lo ha comprobado Laenihm. Mas, teme morir. Todo comenzó en ese punto.

Tras una de las muchas pandemias que la humanidad creó para extinguirse, Laenihm tenía el nombre de María de los Ángeles; católica por imposición, abandonada por despecho. Durante la pandemia, a la joven la asoló dicha enfermedad. A falta de información, la familia la abandonó a su suerte en aquella enorme casa. Encerrada en la enorme tumba aquella, de tantas posesiones materiales, María le abrió una noche la puerta a una anciana con unas extrañas manos alargadas, justo como las que ahora observa detenidamente su vampírica forma. Tras darle asilo a la anciana, ofreció agua y una manta, aquella débil figura alargó su mano para acariciar a la joven.
“Yo puedo salvarte mi niña, pero debes aprender a salvarte tú también”, le dijo la anciana.

Con una de sus alargadas uñas, rasgó de tajo su muñeca y ofreció la sangre a la joven.

“Bebe hija mía. Bebe y sálvate. Yo ya no tengo más que probar”.

María escuchó voces del pasado, tiempos nunca escritos en los libros, historias de miles de personas a través de los siglos, gritos de horror en las esquinas del mundo. Su cabeza, llena de todos los sonidos al mismo tiempo la hizo fallecer y revivir.

María murió. Laenihm volvió de algún punto en el pasado a usar el cuerpo de la joven. Así, comenzó el principio del fin.

La pandemia se extendió por muchos años. Laenihm comprobó que la sangre contaminada por dicha pandemia no era buena para beber, casi muere en un par de ocasiones. Los humanos comenzaron a aislar en ciertos puntos, en los cuales, nuestra vampira se alojó en la esquinas y recovecos oscuros, bebiendo la pureza de la vida de otros.

Los casos confirmados de pandemia fueron tergiversados por los medios con los ataques de Laenihm, llevando así a la conclusión de que esta enfermedad condujo a la creación de muertos resucitados.

Como si fuesen los años 1500, no se hizo esperar que la humanidad respondiera como lo ha hecho: descubrir ataúdes y fosas comunes, clavando estacas al corazón de los ya fallecidos por la pandemia, creando un virus más fuerte.

Laehnim no tenía control de su sed ni de la situación humana, aprovechaba estos instantes en los cementerios y fosas comunes para devorar uno que otro incauto. En los poblados, esperaba a las carencias de los humanos, para cuando decidieran morir por cuenta propia, ella los ayudaría con su eutanasia.

No había límites: de ancianos a recién nacidos.

Las colonias de hombres comenzaron a caer. La tecnología junto a la amalgama de construcciones tecnológicas cayó poco a poco. Se volvió a la comunicación por cartas, muchas de estas, interceptadas por nuestra protagonista para seguir saciando su sed.

La tierra se sumió en un terrible silencio. Laenihm recurrió a la caza de animales en el bosque, mas nunca fue suficiente. Recordó que algunos humanos estarían todavía en el espacio, pero al volver a las torres de comunicación, sin electricidad, sabría que aquellos seres estarían vagando en el espacio, muertos.

Fue de sitio en sitio, hasta que los mares la detuvieron; porque no había nadie que surcara ya los mares para llevarla a otra tierra. Se aisló dentro del faro, obtuvo un sarcófago en buen estado de los que podría encontrar entre las fosas comunes y ahí ha habitado, eternamente.

El sol, la luna, la primavera, el verano, el otoño, el invierno, las lluvias, los vientos, la nieve, los sismos, los terremotos, los laudes, los maremotos, la naturaleza en sí, en su más pura concepción, seguía su curso.

Laenihm podía verlo desde el empañado y viejo cristal del faro cuando el atardecer marcaba el final del día. Recordó los tiempos en los que solo era beber y disfrutar, donde el hombre solo era eso, una presa más para devorar. Resuenan las palabras de la anciana, quien posiblemente cometió el mismo error que ella, solo beber por beber, sin dejar un rastro.

En un tiempo, cuando devoró uno de los poblados más ricos en Escocia; con verdes pastos, clima frío, excepcional para una criatura de su condición; su mente trazó un plan sin vuelta atrás: aquel poblado era una granja de humanos. Más, lo redujo a un cementerio para los insectos. La pandemia junto con el hombre llegó ahí, para ser también devorados.

Sentada en una vieja silla de plástico, vuelve a observar lo poco que queda, como aquella vez en que María de Jesús observó a la distancia, a través de la ventana, al mundo en caos y silencio.

Con su alargada uña, cortó de tajo su muñeca. En una vieja taza sirvió su propia sangre.

“Perdóname Laenihm. Perdóname María. Perdóname D…”

Aquel nombre de una antigua deidad era impronunciable. La vampiresa en toda su debilidad cayó al suelo, aun sosteniendo el oscuro brebaje de su ser. Su propio coctel de eutanasia debía levantarlo y llevarlo a su boca, para así, poner fin con todo en el mundo: la humanidad y las míticas criaturas que una vez intentó exterminar.

“Todos fuimos muy ilusos”, se responde ella misma.

Cayó presa de su debilidad en un profundo sueño.

Si el oído no le traicionaba, escuchó los pasos de alguien. Entre las sombras, vio a una joven, sumamente delgada, con una tela cubriendo parte de su espalda y pecho, más unas bermudas y unos tenis viejos. Estaba buscando comida. Nada asustada, registró el cuerpo de Laenihm, que ya no podía moverse. Sintió como la fría taza que contenía la sangre le era rebatada de su mano. Pudo ver a la chica beber el contenido.

No pasó mucho tiempo para cuando la endeble figura juvenil, comenzó a retorcerse en estertores en el suelo, a gritar porque la vida iba y volvería en un instante más.

Pero el sol está saliendo… Laenihm podía verlo por el enorme ventanal del faro.


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