Un encuentro criminal

Rusvelt Nivia Castellanos

Mueren las horas. Se caen las auroras del día. Naufragan los sueños. Luego entonces, surgen las sombras de esta noche en la ciudad del crimen. Y con una precipitada voracidad renace la incertidumbre, para descollarse en más homicidios.

En tanto, tras este lóbrego suceder de las tinieblas, va reapareciendo una mujer delgada. Ella deambula por la calle oxidada. Camina sola y cabizbaja, con la mirada perdida en su interior. A su instante, va preocupada y percibe un ahondado temor en su flagelada alma. Descubre, las ráfagas del mal que parecen recorrer su cuerpo, agolpando la ebriedad suya, que la consume.

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Anuncio publicitario

Xtlk@r

Eduardo Omar Honey Escandón

La puerta de la recámara se abrió de golpe y la chica gritó aterrorizada mientras se levantaba de un salto y tiraba su asiento.—¡Levanta lentamente las manos! —exigió uno de los policías encapuchados, el comandante, que le apuntaba con un rifle de asalto— ¡No hagas ningún movimiento brusco! ¡Muy bien, arrodíllate sin bajar las manos! ¡Si haces caso, nada te pasará! ¡Ahora acuéstate boca abajo! ¡Muy bien! ¡Las manos a la espalda!

Dos elementos hicieron su rifle a un lado y sacaron anchos cinchos de color blanco de sus cinturones. Se abalanzaron sobre la joven que no dejaba de llorar y unieron ambas manos con el lazo de plástico a manera de esposas. Aunque ella vestía con un top y un short, la revisaron en busca de armas incluyendo el peinado afro.

—Llévensela —ordenó el comandante. En cuanto la retiraron se acercó a la computadora y examinó la pantalla— ¡Sánchez! ¡Que venga Sánchez!

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Justicia Exprés

Laura Bloem

Desde que se privatizó la Suprema Corte, este negocio ha sufrido muchos cambios. Mientras algunos se desgarraban las vestiduras por dejar en manos de particulares la impartición de justicia, otros vimos la oportunidad de hacer negocio. Cientos de agencias de investigadores y justicieros se abrieron por todo el país, el hervidero de justicia se extendió como marabunta. Tuvimos el honor de hacer justicia de manera exprés aquellos asuntos que llevaban años empolvados en los juzgados. Algunas víctimas inclusive, llevaron los juicios hasta los panteones para tener el cierre de su duelo, allí se dictaminaba que fulanito o perenganita eran culpables y se cerraban los casos. Claro que también hubo errores, uso de poder excesivo, venganzas infantiles que acabaron con la libertad y vida de algunos, pero en el modelo anterior, también existían esos vicios. De las agencias que sobrevivió ésta la mía, durante estos veinte años nos hemos enfocado en actualizarnos, ya que la maldad también busca su curso, como las aguas del caño que recorren las tripas de la ciudad. En este oficio, uno no es precisamente monedita de oro, por eso nos mudamos a un sitio más privado, allá en Valle de Bravo.

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Juntos para siempre

Ronnie Camacho Barrón

Apenas llevo un par de semanas en este departamento y ya planeo volver a mudarme, ¿pero a dónde?, no tengo el dinero suficiente para alquilar otro sitio y aunque mamá me ha suplicado volver a casa más de cien veces, no planeo hacerlo, sé muy bien que Eduardo volverá a encontrarme y prefiero lanzarme de un puente, antes que arriesgar a mis padres llevando conmigo a ese desquiciado.

Esta pesadilla comenzó hace seis meses. Después de titularme conseguí empleo como pasante en un despacho jurídico en la capital y para estar más cerca de mi trabajo, decidí abandonar la casa donde crecí para mudarme sola a un edificio de departamentos, ahí fue donde lo conocí.

Éramos vecinos y a diario nos veíamos en las mañanas cuando salíamos a trabajar. Reconozco que él me fue de gran ayuda durante mis primeros días en la ciudad, vivir sola resultó ser más costoso de lo esperado y mi salario era tan poco que en muchas ocasiones tuve que decidir entre comprar la despensa o pagar la renta.

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Orizuru

¿Por qué el amor tiene que dar tanto miedo? Me pregunto mientras miro por la ventana hacia la calle. No logro ver a nadie. No está ahí. Llevo 12 horas encerrada con temor de topármela en la calle. Llevo 12 horas bebiendo para calmar los nervios y esto parece que no terminará pronto. Los mensajes siguen llegando. Todavía tengo la herida en el labio y el moretón en el ojo.

La conocí en un festival de teatro. Es curioso cómo huimos pensando que, en ese escape, otros ambientes, otras personas, podrían ser la solución que necesitamos para cambiar la realidad de la que nos escondemos. Fui buscando a un fantasma y la encontré a ella. Una grulla de origami apartaba mi lugar todas las tardes. Me sentaba sin saber dónde estaba ella de entre todo el público. Al final de la función, aparecía. Así fue durante una semana, mientras el teatro nos unía. Era bueno, era lindo o así quise creerlo.

Los mensajes de buenos días, las salidas improvisadas por la ciudad, las citas al teatro y las grullas de origami como regalos repentinos fueron mi estabilidad por un tiempo. Estaba bien, pero hay demonios que no nos dejan tan tranquilamente.

Lo arruiné, lo sé, pero ¿hacía falta pagar tanto por mi error? Ya sé, le dije que estaría ahí para ella, sólo para ella, pero una llamada bastó para correr en busca del fantasma que me atormentaba. La dejé, con el fin de semana para nosotras, con los te quiero en la piel y esas promesas de enamorados. ¿Quién pensaría que, al salir tras esa puerta, en busca de un nombre muerto, dejaba, con ella, mi tranquilidad mental? No puedo explicarlo claramente, hay nombres que es mejor no volver a nombrarlos.

El fantasma, como otras tantas veces, se fue y me quedé con la culpa y el arrepentimiento. Regresé como un perro perdido, arrepentida, buscando las sobras de un amor que yo misma destruí. En ella había odio, dolor y mucha rabia acumulada. Me aceptó de vuelta, pero con nuevas condiciones. Los mensajes de buenos días desaparecieron y a cambio conseguí un collar, una cadena, grilletes y dolor que en un punto llegó a ser placentero. En mi mente estaba claro: era el pago por mi error.

—Te lo mereces, no hay otra manera de tratar a una persona como tú —decía mientras “hacíamos el amor”. Jalaba la cadena, una bofetada. Era un contrato que había aceptado.

—No me eres útil más que para esto — Se reía de mí, mientras sus manos me ahogaban, mientras todo mi dolor y mi miedo la excitaban. — Cariño, déjame ver esa mirada de odio que me encanta. —Moretones en las muñecas, besos con sangre, mordidas, grilletes, humillación, dolor, placer y culpa. Jugaba con mi arrepentimiento. Creí todo lo que me dijo. No merecía algo mejor que eso. Me resigné a mi realidad, me lo merecía, me repetía, para soportar.

Y en un intento de escape, de ponerle un alto a esta locura dejé de buscarla. Los mensajes no se hicieron esperar, las publicaciones en Facebook, las llamadas, las amenazas y cuando creí que había terminado, dos tipos me estaban esperando. Dijeron su nombre, que dejara de molestarla. Cerré los ojos al ver el puño directo a mi cara. “Déjala tranquila”, mientras una patada me dejaba tirada en el pavimento. Fui incapaz de defenderme. Esto era el resultado de mis malas decisiones. Era mi culpa como lo fue el caos en la universidad, como fue mi ruptura, como fue el fracaso.

El mensaje de ella lo confirmaba todo: “El amor duele, cariño y yo te amo mucho”.

Estoy en mi departamento encerrada. Mis contactos reciben mensajes de ella. Quiere saber dónde me oculto. El teléfono sigue sonando de números que no conozco.

—Da la cara, me lo debes…

La resignación de algo de lo que no puedo huir. Abro la puerta a la calle, algo pequeño cae al suelo, es una pequeña grulla de origami.


El niño de mi infancia

¿Perdón? Sí, dame otra, pero que sea doble. Gracias, que lindo, me arreglé para una boda. De mi hermana. No te preocupes, todo está bien, sólo que no pude entrar a la iglesia. Sí, esa, la que está justo frente al bar, de hecho, se está celebrando la misa ahora. No quieres saber por qué no entré, además es una historia complicada y tienes que atender el lugar. ¿Estás seguro? Muy bien, te contaré, de todas formas, creo que necesito sacarlo de mi pecho o va a salir de otro modo.

Nací en esta pequeña ciudad, mis padres vivían a unas cuadras de aquí. Mi hermana nació tres años después. Yo era una niña tremenda, traviesa y no me quedaba quieta, según me cuentan. Durante un tiempo siempre fuimos los cuatro: papá, mamá, Erika y yo. Dice mi madre que me había puesto muy celosa al dejar de ser la hija única, “algo normal”, decían.

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Omar

Andrés Ballone

Hola Ana,

Esta es la cuarta versión de la carta que empiezo, y espero esta vez no tener que hacerle ningún tachón para poder terminarla y que te llegue impecable. Te escribo esto parado en el límite de distancia invisible que me han obligado a respetar. De acá a la puerta de tu casa hay exactamente 800 metros y un centímetro. Es la medida exacta que tiene el Vaticano de punta a punta, ¿sabías? Yo no, pero anoche me quedé hasta tarde buscando en Internet qué otras cosas del mundo miden 800 metros, además de una resolución judicial ridícula.

En este punto, será obvio decirlo, pero no estoy para nada de acuerdo con lo que decidió el Juez. Es cierto que no he tenido unos meses muy tranquilos en el último tiempo, pero me parece precipitado de su parte hacerme a un lado de vos con este campo de fuerza que tiene pero no tiene bordes. ¿Y si lo atravieso, que pasaría? ¿Qué pasa si en este instante adelanto un pie? ¿Unos rayos láser le van a avisar a la policía que lo hice? ¿Me van a caer del cielo un puñado de agentes del SWAT como las películas? Qué paparruchada todo esto Ana, por favor.

Creo que lo que más me sorprende es que hayas sido vos quien decidió activar la parafernalia legal. De la lista de defectos tuyos que hice, entre ninguno de los 17 estaba la deslealtad. Hubiera jurado que lo haría tu hermana, porque su lista supera los 32, y sí, definitivamente ella me parece que es alguien que podría jugar por la espalda.

Igual, ya está. Lo voy a dejar acá.

Yendo a la razón de esta carta, quiero que sepas que ordené tu ropa por talle y color. Está todo arriba de tu lado de mi cama. Tus discos los puse en una caja ordenados de los que más a los que menos te gustan. Podés pasar a buscar ambas cosas cuando quieras.

También tiré a la basura el mural con tu línea de tiempo que tenía en el garage. Desde la primera foto tuya de bebé, hasta la que te saqué anoche desde atrás de un árbol, cuando sacaste la basura a la noche.

Y dejé de escribir la obra. Bueno, en realidad, le cambié el nombre. Ahora se llama “Ana Bella”, ya no es más sobre vos. Es sobre otra chica, que también trabaja como modelo, pero de zapatos, no de ropa interior. Y es rubia, no castaña.

Hablando de eso, vendí por MercadoLibre la bolsa de pelos tuyos que encontraste en mi armario. Podés quedarte tranquila que no voy a hacerle una peluca a mi próxima novia.

Porque, como ves, ya estoy bien.

Perimetralmente bien.

Omar.


Tu leal seguidor

Carlos Enrique Saldívar

Si no me equivoco, creé mi cuenta de Facebook en 2012, pero no descubrí a José Antonio Corzal hasta el año siguiente, cuando alguien compartió un enlace a un cuento suyo en una revista en línea. El relato en cuestión se titulaba «Tu leal seguidor» y se trataba de un chico que admiraba a una chica de su mismo barrio, a la cual veía a menudo porque vivían a dos cuadras, y ella sabía que lo tenía agregado al Facebook, pero nunca se decían nada, porque ella era demasiado hermosa y él nunca se animaba a hablarle, ni en la realidad ni por la vía digital. La narración (que no era muy larga) avanzaba con algunas vicisitudes curiosas y saltaba hasta el año 2023, en el cual el muchacho no se atrevía a dirigirle la palabra, aunque ya la veía menos y ella, que ahora tenía veintiocho años, anunciaba que daría por finalizada su carrera de modelaje para dedicarse a su gran pasión: la repostería. Un relato magnífico.

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Uróboros

Angel Ramírez

Era un día soleado en la ciudad, esto resultaba muy conveniente, ya que tenía una mejor visión de su objetivo. Sus deseos se podían ocultar en el gran tumulto de la hora pico y, aunque había claridad, podía acercarse y alejarse cómodamente sin causar rareza entre los transeúntes.

Había perdido la cuenta de los días dedicados a estudiarlo, a conocer al detalle su rutina. Sentía que podía conocer cada excepción a la ruta; si se desviaba para comer algo inusual, si pasaba por un baño público, incluso las horas en las que comúnmente regresaba a casa.

Éste tenía que ser el día donde lo lograra, aprovecharía que visitaba a su mecánico de confianza, ubicado en una privada bastante solitaria. Sabía de qué calaña eran las personas que frecuentaban ese sitio y que los callejones y estrechas calles intricadas, proporcionaban un excelente medio de escape al corazón de la ciudad o hacia el conjunto habitacional cercano. Incluso en plena tarde era peligrosa esa zona; un laberinto de ladrillos y departamentos marginados en los lindes de la urbe.

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“Dama de tez lastimera”

Frank Clemente

La luz del día nuevamente se extinguía.
Por el manto de la noche era mi alma arropada.
Noche de negro profundo y brisa desbordada.
Era noche de esas en las que Ella se aparecía.

¡Y así fue! Sentí al rato sus frías pisadas
acercándose con lentitud a mi puerta.
Sabiendo otra vez vendría se la dejé entreabierta:
esconderme de ella ya no servía de nada.

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