Empezó como una amistad, así empiezan todas las historias, ¿no? La amistad se volvió en atracción y la atracción en enamoramiento. El enamoramiento evolucionó en una relación formal que después de varios años (muchos, en opinión de algunos) esa historia tuvo su fin. Nada que no se viera venir.
“Sigamos siendo amigos” dije con la certeza de una madurez que al final terminó siendo inexistente. “Me parece bien” respondió él bajo una sonrisa que ocultaba mucho más de lo que se dejaba ver.
Conocí a alguien más. Un chico lindo de nombre Matías quien me hacía reír como hacía mucho tiempo no lo hacía y a quien después de mi ruptura empecé a frecuentar más.
Ni Matías ni yo éramos ni somos de esas personas cuyas vidas encuentras en una red social, presumiendo con quién sale, a dónde fueron, en dónde comieron, por lo que las fotos en nuestras redes eran casi inexistentes. Hasta ese punto, la relación de coqueteo que existía entre los dos, si bien no era un secreto, tampoco era parte del top ten en las redes. Me gusta pensar que las personas que sabían de lo “nuestro” eran las personas que merecían saberlo.
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