Un encuentro criminal

Rusvelt Nivia Castellanos

Mueren las horas. Se caen las auroras del día. Naufragan los sueños. Luego entonces, surgen las sombras de esta noche en la ciudad del crimen. Y con una precipitada voracidad renace la incertidumbre, para descollarse en más homicidios.

En tanto, tras este lóbrego suceder de las tinieblas, va reapareciendo una mujer delgada. Ella deambula por la calle oxidada. Camina sola y cabizbaja, con la mirada perdida en su interior. A su instante, va preocupada y percibe un ahondado temor en su flagelada alma. Descubre, las ráfagas del mal que parecen recorrer su cuerpo, agolpando la ebriedad suya, que la consume.

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Xtlk@r

Eduardo Omar Honey Escandón

La puerta de la recámara se abrió de golpe y la chica gritó aterrorizada mientras se levantaba de un salto y tiraba su asiento.—¡Levanta lentamente las manos! —exigió uno de los policías encapuchados, el comandante, que le apuntaba con un rifle de asalto— ¡No hagas ningún movimiento brusco! ¡Muy bien, arrodíllate sin bajar las manos! ¡Si haces caso, nada te pasará! ¡Ahora acuéstate boca abajo! ¡Muy bien! ¡Las manos a la espalda!

Dos elementos hicieron su rifle a un lado y sacaron anchos cinchos de color blanco de sus cinturones. Se abalanzaron sobre la joven que no dejaba de llorar y unieron ambas manos con el lazo de plástico a manera de esposas. Aunque ella vestía con un top y un short, la revisaron en busca de armas incluyendo el peinado afro.

—Llévensela —ordenó el comandante. En cuanto la retiraron se acercó a la computadora y examinó la pantalla— ¡Sánchez! ¡Que venga Sánchez!

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Juntos para siempre

Ronnie Camacho Barrón

Apenas llevo un par de semanas en este departamento y ya planeo volver a mudarme, ¿pero a dónde?, no tengo el dinero suficiente para alquilar otro sitio y aunque mamá me ha suplicado volver a casa más de cien veces, no planeo hacerlo, sé muy bien que Eduardo volverá a encontrarme y prefiero lanzarme de un puente, antes que arriesgar a mis padres llevando conmigo a ese desquiciado.

Esta pesadilla comenzó hace seis meses. Después de titularme conseguí empleo como pasante en un despacho jurídico en la capital y para estar más cerca de mi trabajo, decidí abandonar la casa donde crecí para mudarme sola a un edificio de departamentos, ahí fue donde lo conocí.

Éramos vecinos y a diario nos veíamos en las mañanas cuando salíamos a trabajar. Reconozco que él me fue de gran ayuda durante mis primeros días en la ciudad, vivir sola resultó ser más costoso de lo esperado y mi salario era tan poco que en muchas ocasiones tuve que decidir entre comprar la despensa o pagar la renta.

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El niño de mi infancia

¿Perdón? Sí, dame otra, pero que sea doble. Gracias, que lindo, me arreglé para una boda. De mi hermana. No te preocupes, todo está bien, sólo que no pude entrar a la iglesia. Sí, esa, la que está justo frente al bar, de hecho, se está celebrando la misa ahora. No quieres saber por qué no entré, además es una historia complicada y tienes que atender el lugar. ¿Estás seguro? Muy bien, te contaré, de todas formas, creo que necesito sacarlo de mi pecho o va a salir de otro modo.

Nací en esta pequeña ciudad, mis padres vivían a unas cuadras de aquí. Mi hermana nació tres años después. Yo era una niña tremenda, traviesa y no me quedaba quieta, según me cuentan. Durante un tiempo siempre fuimos los cuatro: papá, mamá, Erika y yo. Dice mi madre que me había puesto muy celosa al dejar de ser la hija única, “algo normal”, decían.

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Omar

Andrés Ballone

Hola Ana,

Esta es la cuarta versión de la carta que empiezo, y espero esta vez no tener que hacerle ningún tachón para poder terminarla y que te llegue impecable. Te escribo esto parado en el límite de distancia invisible que me han obligado a respetar. De acá a la puerta de tu casa hay exactamente 800 metros y un centímetro. Es la medida exacta que tiene el Vaticano de punta a punta, ¿sabías? Yo no, pero anoche me quedé hasta tarde buscando en Internet qué otras cosas del mundo miden 800 metros, además de una resolución judicial ridícula.

En este punto, será obvio decirlo, pero no estoy para nada de acuerdo con lo que decidió el Juez. Es cierto que no he tenido unos meses muy tranquilos en el último tiempo, pero me parece precipitado de su parte hacerme a un lado de vos con este campo de fuerza que tiene pero no tiene bordes. ¿Y si lo atravieso, que pasaría? ¿Qué pasa si en este instante adelanto un pie? ¿Unos rayos láser le van a avisar a la policía que lo hice? ¿Me van a caer del cielo un puñado de agentes del SWAT como las películas? Qué paparruchada todo esto Ana, por favor.

Creo que lo que más me sorprende es que hayas sido vos quien decidió activar la parafernalia legal. De la lista de defectos tuyos que hice, entre ninguno de los 17 estaba la deslealtad. Hubiera jurado que lo haría tu hermana, porque su lista supera los 32, y sí, definitivamente ella me parece que es alguien que podría jugar por la espalda.

Igual, ya está. Lo voy a dejar acá.

Yendo a la razón de esta carta, quiero que sepas que ordené tu ropa por talle y color. Está todo arriba de tu lado de mi cama. Tus discos los puse en una caja ordenados de los que más a los que menos te gustan. Podés pasar a buscar ambas cosas cuando quieras.

También tiré a la basura el mural con tu línea de tiempo que tenía en el garage. Desde la primera foto tuya de bebé, hasta la que te saqué anoche desde atrás de un árbol, cuando sacaste la basura a la noche.

Y dejé de escribir la obra. Bueno, en realidad, le cambié el nombre. Ahora se llama “Ana Bella”, ya no es más sobre vos. Es sobre otra chica, que también trabaja como modelo, pero de zapatos, no de ropa interior. Y es rubia, no castaña.

Hablando de eso, vendí por MercadoLibre la bolsa de pelos tuyos que encontraste en mi armario. Podés quedarte tranquila que no voy a hacerle una peluca a mi próxima novia.

Porque, como ves, ya estoy bien.

Perimetralmente bien.

Omar.


Tu leal seguidor

Carlos Enrique Saldívar

Si no me equivoco, creé mi cuenta de Facebook en 2012, pero no descubrí a José Antonio Corzal hasta el año siguiente, cuando alguien compartió un enlace a un cuento suyo en una revista en línea. El relato en cuestión se titulaba «Tu leal seguidor» y se trataba de un chico que admiraba a una chica de su mismo barrio, a la cual veía a menudo porque vivían a dos cuadras, y ella sabía que lo tenía agregado al Facebook, pero nunca se decían nada, porque ella era demasiado hermosa y él nunca se animaba a hablarle, ni en la realidad ni por la vía digital. La narración (que no era muy larga) avanzaba con algunas vicisitudes curiosas y saltaba hasta el año 2023, en el cual el muchacho no se atrevía a dirigirle la palabra, aunque ya la veía menos y ella, que ahora tenía veintiocho años, anunciaba que daría por finalizada su carrera de modelaje para dedicarse a su gran pasión: la repostería. Un relato magnífico.

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Uróboros

Angel Ramírez

Era un día soleado en la ciudad, esto resultaba muy conveniente, ya que tenía una mejor visión de su objetivo. Sus deseos se podían ocultar en el gran tumulto de la hora pico y, aunque había claridad, podía acercarse y alejarse cómodamente sin causar rareza entre los transeúntes.

Había perdido la cuenta de los días dedicados a estudiarlo, a conocer al detalle su rutina. Sentía que podía conocer cada excepción a la ruta; si se desviaba para comer algo inusual, si pasaba por un baño público, incluso las horas en las que comúnmente regresaba a casa.

Éste tenía que ser el día donde lo lograra, aprovecharía que visitaba a su mecánico de confianza, ubicado en una privada bastante solitaria. Sabía de qué calaña eran las personas que frecuentaban ese sitio y que los callejones y estrechas calles intricadas, proporcionaban un excelente medio de escape al corazón de la ciudad o hacia el conjunto habitacional cercano. Incluso en plena tarde era peligrosa esa zona; un laberinto de ladrillos y departamentos marginados en los lindes de la urbe.

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Una pieza más al rompecabezas

Uriel Velázquez Bañuelos

Ella era consciente de lo que buscaba y las consecuencias que tendría. Lo había leído un millar de veces y experimentando otras más. Ella quería ser libre. Aunque su figura apareciese en las noticias y llevara el dolor y olvido a donde quiera fuese, seguía haciéndolo.

Frente a frente, con quien le daría una imagen más a su vida, le conectó el cable de alimentación neuronal por su orificio nasal. Su víctima era un chico que vendía cigarros en las calles. La chica vio cómo aquellos ojos violetas se enrojecían ante la descarga eléctrica. En cada fragmento de memoria que le extraía, el cerebro le pulsaba y sus huesos chillaban. Su víctima, por otra parte, estaba mudo ante el dolor; la corriente eléctrica evaporaba su sangre.

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La Veracruzana

Dilsia Pavón Hernández

Bostezando después de haber comido un buen lomo de cerdo con piña, acariciando sus piernas morenas sobre la falda, tomó la decisión de asearse largamente en agua caliente y perfumada.

Mamá Chonita siempre decía que bañarse después de comer le provocaría reflujo o dolor de estómago. Recordó con cariño a su anciana madre y su gran sabiduría heredada del trabajo como partera del pueblo. Esa había sido su herencia para Elodia, la hija mayor de once hermanos. La enseñanza del cómo ser una buena partera.

En un pueblo, las tradiciones son algo de respeto. Usos y costumbres que contienen resabios de pactos ancestrales, tan fuertes como los lazos de sangre. La joven Elodia, estaba destinada a ser la nueva matriarca de la familia López.

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