Diego Vive
Hace cincuenta, quizás treinta años, hubiera sido más sencillo poder elaborar una defensa conceptual de lo prehispánico. De hecho, en el “rock en tu idioma”, se volvió un elemento distintivo, la inclusión de referencias a “lo mesoamericano” en bandas como Café Tacvba, Chac Mool, Santa Sabina o los mismos Caifanes (en especial con su épica “Aquí no es así”), También, proyectos experimentales como Xibalbá Jazz o Cabezas de Cera por mencionar unas cuantas. En ese sentido, es fácil entender tal fascinación por ese pasado “exótico”. Lo confieso: yo mismo he llegado a imaginar una “prehispania” musical inmaculada por el tiempo y la Conquista donde la vida humana se acompaña con las armonías de la naturaleza y donde los sonidos de las flautas, los tambores y las cuerdas se mezclan junto con las caracolas, los cascabeles y las piedras.
Sin embargo, mucho me temo, y con pesar, que esa “música pura y anterior al concepto de música” no existe más en estas latitudes americanas (si es que alguna vez existió). Y es que en este pleno siglo XXI tan globalizado y postmoderno, son escasas las regiones en las que aún no se han borrado las distancias entre el hoy y el ayer, y en las que no ha penetrado con fuerza el Internet de las cosas, la telefonía móvil, y el capitalismo voraz. Eso no significa que esté llamando a abrazar, como lo hemos hecho tanto tiempo, toda la música que viene de afuera y rendirnos ante el laberinto de nuestra falta de identidad. Por el contrario. De lo que se trata es precisamente de aceptar que eso llamado identidad musical no es más que un constructo de fuerzas, influencias, y referencias pasadas, presentes y futuras que nos constituyen desde varios adentros y varios afueras; de que lo relevante, hoy en día, ya no es hablar ni de géneros, ni de lo que hay “pre” o “post” en la música. Sólo hay mezclas y ya.
Muchas de las propuestas de las comunidades de la sierra, la selva y la montaña lo han entendido, al grado que combinan su lenguaje y sus instrumentos con las estructuras del rock más pesado. Grupos como Vayijel (de rock tzotzil), Xipe Totec (death metal en náhuatl), Mikistli (metal en náhuatl), Cemican (Folk Metal Azteca) o Ampersan complejizan ese concepto de lo “prehispánico”, y más bien, afirman que el futuro, que es hoy, de un mestizaje, y de un sincretismo que opera, caóticamente, hacia todos lados.