Empezó como una amistad, así empiezan todas las historias, ¿no? La amistad se volvió en atracción y la atracción en enamoramiento. El enamoramiento evolucionó en una relación formal que después de varios años (muchos, en opinión de algunos) esa historia tuvo su fin. Nada que no se viera venir. “Sigamos siendo amigos” dije con la certeza de una madurez que al final terminó siendo inexistente. “Me parece bien” respondió él bajo una sonrisa que ocultaba mucho más de lo que se dejaba ver. Conocí a alguien más. Un chico lindo de nombre Matías quien me hacía reír como hacía mucho tiempo no lo hacía y a quien después de mi ruptura empecé a frecuentar más.
Ni Matías ni yo éramos ni somos de esas personas cuyas vidas encuentras en una red social, presumiendo con quién sale, a dónde fueron, en dónde comieron, por lo que las fotos en nuestras redes eran casi inexistentes. Hasta ese punto, la relación de coqueteo que existía entre los dos, si bien no era un secreto, tampoco era parte del top ten en las redes. Me gusta pensar que las personas que sabían de lo “nuestro” eran las personas que merecían saberlo.
Parece ser que la luz que produce tu pantalla genera algún tipo de fuerza, de inhibición, o de un empoderamiento sínico, esa luz es capaz de distraer la ética y normalizar lo ilegal, y eso es verdaderamente peligroso. Tras el escudo que genera el internet con su anonimato; su avatar; su cuenta falsa o prestada, los individuos somos capaces de caer en lo que en público solemos condenar.
Stalkear es un acto de inhibición resguardado en el famoso “no se va a dar cuenta”, pero que conlleva un complejo acto inconsciente de celos y/o inseguridad. Como víctima, el acosador, o Stalker, es una sombra terrible, incansable, dedicada en su mayoría a causar angustia y sufrimiento, se trata indirectamente de que pierdas la tranquilidad. Poco a poco irás perdiendo las ganas de salir, de publicar sobre tu vida. En consecuencia, perderás el entusiasmo por vivir pues habrá un par de ojos incansables de alguien observando cada detalle, provocando que todo lo hagas con miedo y a la larga que no lo hagas.
Es extraña la manera en que algunas personas idolatran a gente nefasta como ocurrió con Dahmer o Bundy llegando al grado de mandar cartas a la prisión en la que se encontraban. Aunque algunas solo lo hacen por morbo o moda hay algunas otras que podrían hacerlo por causa de alguna parafilia, como es el caso de la hibristofilia en la que se experimenta atracción sexual por personas peligrosas.
En este artículo, sin el afán de enaltecer la figura del asesino serial, haremos un recorrido a través de algunas canciones inspiradas en estos monstruos.
En 1986 John E. Douglas publicó su libro “Manual de Clasificación Criminal” y con eso haría oficial, desde una de las agencias de investigación más relevantes de la historia (el FBI), el término “Asesino Serial”. Usó este concepto para describir a una o más personas que matan de manera deliberada a un mínimo de tres personas en un plazo corto de tiempo, con una forma de operar en común y con la intención de conseguir gratificación psicológica de algún tipo.
A partir de ese instante, el mundo pudo asignar en un grupo a personajes como Ed Kemper, Charles Manson, Ted Bundy, entre otros seres que habían cometido actos tan infames que eran dignos de ser separados del termino “los normales”, pero con esta división, este momento asignado, vino algo que a muchos ha generado confusión: la gente comenzó a admirarlos.
Por increíble que parezca, la historia del arte está repleta de creadores que en vida pasaron un poco inadvertidos para la humanidad y no alcanzaron la celebridad hasta después de su muerte. Jamás disfrutaron de la fama, del dinero y de los elogios que generó su obra. Con la llegada de internet parece que esto ya no es un problema, pero la sobresaturación de información no facilita la divulgación eficaz de obras artísticas que deberían ser honradas en tiempo y forma. Hoy nos parece absurdo que los relatos de un magnifico escritor como Howard Phillips Lovecraft no fueran reconocidos en su época, pero a inicios del siglo XX los tonos literarios que tomaban sus creaciones eran apenas una semilla plantada en el imaginario colectivo. Al contrario de sus libros, la vida de H.P Lovecraft fue un absoluto drama, lleno de tragedias y una enfermedad que le trajo la muerte a la temprana edad de 46 años. Pasaría casi medio siglo para que la historia le permitiera cosechar una silla en la mesa de la inmortalidad.
Desde su nacimiento, el Cine ha tenido una relación bilateral con la literatura. En ocasiones esta relación es bastante afortunada, pero a veces existen coyunturas que perjudican a una o ambas partes. Con el auge del género de terror y ciencia ficción en el cine de los 60 y 70 era indiscutible que se buscaría llevar a la gran pantalla las historias del universo Lovecraftiano. Pero a ojos de la crítica y de la audiencia parece que esto no salió muy bien. La mayoría de películas han sido un intento fallido ya sea por criaturas y personajes mal diseñados o por la incapacidad de reproducir los horrores propios de su arte. El tiempo ha dejado claro que H.P. Lovecraft es un autor imposible de acoplar en un largometraje, pero como le pasó en su momento a J.R.R. Tolkien, tal vez los medios actuales ayuden a lograrlo.
Estrenada en septiembre del año 2019, Color Out of Space es un film que adapta el cuento homónimo que Lovecraft publicó en 1927 sobre el detrimento de un pueblo y sus habitantes tras la caída de un pequeño meteorito. Escrita y dirigida por el cineasta estadounidense Richard Stanley y con un presupuesto de 6 millones de dólares la película está más cerca del cine independiente o de serie B, algo en lo que Stanley tiene un amplio currículum con películas como Dust Devil (1992) y la que se considera una pieza de culto cyberpunk, Hardware (1990). El resultado, por increíble que parezca, es irregular y por momentos caótico, pero sumamente entretenido. Y esto se lo atribuyo a varios elementos destacables. En primer lugar, el elenco liderado por la super estrella Nicolas Cage revela interpretaciones desencadenadas y, hay que decirlo, por momentos sobreactuadas, pero que representan bien una atmosfera misteriosa. Un detalle obvio pero enriquecedor es que gracias a su limitado presupuesto la cinta no abusa de los efectos por computadora, lo que la hace un trabajo más artesanal. Tanto en la puesta en escenacomo en la creación de monstruos, haciendo referencia a clásicos del cine de terror como puede ser The Thing de John Carpenter.
Tras la caída de la roca espacial, este comienza a irradiar un color inquietante que afecta la flora, la fauna y la mente de los habitantes de la ciudad de Arkham. En el cuento, el autor describe este color como “un cromatismo inexistente en la Tierra”. Pero Richard Stanley se toma la libertad creativa de asignarle el color magenta, no porque sea un cineasta insulso sino porque es un cineasta pragmático. Tal vez este sea el paralelismo más claro para ilustrar la imposibilidad de moldear el universo Lovecraftiano a la pantalla grande: La imaginación triunfa frente a la realidad.
En todos los géneros musicales se habla sobre sexo, de manera directa o muy sutilmente mediante el uso de metáforas. Algunas que tocan el tema de forma directa suelen pasar desapercibidas porque se cree que son románticas solo por ser baladas como es el caso de “Burbujas de amor” de Juan Luis Guerra que quiere meter su nariz en tu pecera y hacer burbujas de amor por donde quiera, pasar la noche en vela mojado en ti[2]. Otro ejemplo podría ser “Rubí” de Babasónicos en la que Adrián Dárgelos canta «tu aliento carmesí, tu flor de Liz junto a mi boca, fumar de tu rubí, quererte así, beberte a gotas»[3]. Como ésta hay muchas canciones que “esconden” en la letra alguna insinuación hacia el sexo.
Tras terminar la Primera Guerra Mundial, el actor Béla Lugosi se vio forzado a abandonar su natal Rumanía, encontrando un nuevo hogar en la ciudad de Nueva York y a Drácula, el personaje que, como buen vampiro, le chuparía la vida a cambio de fama y reconocimiento mundial. Su capacidad como actor encajó muy bien en el género del terror llegando a interpretar en múltiples ocasiones al cruel Conde Drácula tanto en los teatros de Broadway como en el cine. Murió de un infarto en agosto de 1956 y cuenta la leyenda que lo enterraron vestido con capa. A la fecha se considera el Drácula de Béla como un icono del terror clásico.