El León

Daniel Chino Damián

Entonces el Señor formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz el aliento de vida; y fue el hombre un ser viviente.”

Génesis 2:7

El olor a disolventes, acrílicos y óleos se mezclaba con el aire de nostalgia y tristeza que había esa tarde en el estudio. Miranda pintaba mientras recordaba todas aquellas cosas que abandonó por alcanzar la maestría con el pincel: comidas familiares, amistades embriagantes y amores no correspondidos (por ella). Tomó el bastidor para moverlo a un costado de la ventana pues el sol se había movido y necesitaba más luz para continuar con el cuadro. Tomó la paleta con los colores preparados. Amarillo ocre, café, amarillo de indias, caoba, negro, blanco, rojo; su delantal estaba manchado de tantos colores que era imposible adivinar el color original de la tela, su cabello rizado siempre recogido en una coleta improvisada, sus manos delicadas pero de pulso firme y sus ojos verdes, observadores y escudriñadores de la realidad, indicaban estar listos para retomar el trazo. La pintura: un león imponente sobre un piso de arena blanca y bajo un cielo azul pastel. Una imagen onírica y surrealista que Miranda pintaba mientras pensaba en la posibilidad de que quizás exista aún alguien allá afuera a quién corresponder.

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