Leonora Zea
Desde que Maya lo había conocido, desde que se había dejado enamorar por esos ojos verdes y seducir por las palabras que la hacían reír hasta el llanto, había llorado y sufrido por una pérdida que no era suya, por un dolor ajeno que, de algún modo, de vez en vez la acechaba entre sueños y pesadillas.
La vida a lado de Rafael era simple. Las peleas eran pocas y las pláticas largas. Las noches de película y los domingos de museos no faltaban en el calendario y a pesar de todo el amor y toda la felicidad que se puede tener al estar al lado de la persona indicada, el mes de octubre de cada año se llenaba de nostalgia.
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