Corazón del cielo

Lo mantuve oculto durante años. El paso del tiempo le ha quitado el brillo, el deseo. A veces, en las noches de insomnio lo escucho vibrar, llamándome. Ese sonido inaudible para otros pero que mis oídos identifican de inmediato. Su canto me duerme y en sueños volvemos a ser uno, otorgándome el terrible conocimiento. En su brillo vi más allá de las estrellas y las constelaciones, y ahí, entre espacios que el hombre nunca podrá nombrar, existe él, dormido, aguardando el momento de destruirlo todo.

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‘Elige un camino’. Dragon Age: Origins y el monomito

Line Daza

Durante los primeros años universitarios descubrí que el ciclo del héroe es una herramienta literaria indispensable para el futuro narrador. La mitología griega (y consecuentemente la novela fantástica) me llevó hasta Joseph Campbell. ‘Monomito’ es una estructura presente en relatos antiquísimos que se repite constantemente y resulta imprescindible para el análisis literario. La propuesta de Lloyd Alexander inherente a la “alta fantasía” como nuevo subgénero combina la estructura canónica de Campbell con lo mágico. Dicha fórmula sigue vigente a la hora de generar historias de las cuales todos hemos participado al menos una vez por medio de libros, cómics, filmes y, recientemente, videojuegos. Estos últimos han sobreexplotado la fórmula de Alexander dirigiéndose a un público nuevo.

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El León

Daniel Chino Damián

Entonces el Señor formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz el aliento de vida; y fue el hombre un ser viviente.”

Génesis 2:7

El olor a disolventes, acrílicos y óleos se mezclaba con el aire de nostalgia y tristeza que había esa tarde en el estudio. Miranda pintaba mientras recordaba todas aquellas cosas que abandonó por alcanzar la maestría con el pincel: comidas familiares, amistades embriagantes y amores no correspondidos (por ella). Tomó el bastidor para moverlo a un costado de la ventana pues el sol se había movido y necesitaba más luz para continuar con el cuadro. Tomó la paleta con los colores preparados. Amarillo ocre, café, amarillo de indias, caoba, negro, blanco, rojo; su delantal estaba manchado de tantos colores que era imposible adivinar el color original de la tela, su cabello rizado siempre recogido en una coleta improvisada, sus manos delicadas pero de pulso firme y sus ojos verdes, observadores y escudriñadores de la realidad, indicaban estar listos para retomar el trazo. La pintura: un león imponente sobre un piso de arena blanca y bajo un cielo azul pastel. Una imagen onírica y surrealista que Miranda pintaba mientras pensaba en la posibilidad de que quizás exista aún alguien allá afuera a quién corresponder.

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