Entre los arces

Eduardo Antonio López

Hace veinte años que vivo acá. Desde que cobré el retroactivo de la jubilación, en aquel momento, un montón de plata. Así me construí –je, no moví ni un dedo– esa pre-moldeada alpina que ni se ve desde la ruta. Colores austeros por dentro y por fuera. Marrón que imita la madera, el techo de tejas rojas. La muchachada trabajó bien, para qué negarlo. Incluso me engancharon del poste lejano que sostiene el cablerío de la luz; teniéndola gratis no me privo de electrodomésticos, salvo la televisión y la radio que no me interesa tener.

Mis comidas son livianas, mucha fruta, mucha verdura, mucha agua. Voy al pueblo, San Filippo se llama, que no me queda tan cerca como para ir diariamente, ni tan lejos como para no ir nunca.

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Vrases: la herida detrás del asesino

Un hombre carismático se acerca a dos chicas; les habla sobre literatura y poesía. Ellas toman confianza con él y él las invita a su casa para seguir platicando y beber. Ellas, por suerte, lo rechazan y es así como salvan sus vidas. Este individuo fue conocido como el Caníbal de la Guerrero o el Poeta Caníbal. José Luis Calva Zepeda asesinó a 3 mujeres a las cuales devoró o esos fueron los cargos que le imputaron ya que nunca se supo de más víctimas o de otro modus operandi. ¿Qué tiene el asesino que despierta tanto interés? Reflexionaba esto antes de escribir la carta editorial de este número.

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El Limpiador

Luis Adolfo Apolín Montes

¡Cada vez es más pesado cargar un cuerpo hasta aquí!, pensó mientras cubría con algunas rocas lo que quedaba de su última víctima. Nadie viene por estas tierras, ni los pastores con sus ovejas que prefieren los pastos más jugosos, ¡nomás puro arbusto dañino crece aquí! ¡ni los zorros se asoman!, por eso, cada vez que traigo un “bulto”, siempre estoy seguro de que se mantendrá más o menos intacto, devorado, eso sí, apenitas por algunos insectos que no faltan. Esos bichos son como yo, nada les importa, ni el frío ni el sol hiriente.

Un rugido lejano e impreciso lo sacó de sus cavilaciones.

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El asesino del SAT

Eduardo Omar Honey Escandón

El súper especial del puesto de garnachas de Doña Pelos olía a dos cuadras de distancia. Era la hora del segundo almuerzo así que, sin avisar, salí de la oficina en el segundo piso del edificio de la Procuraduría. Nomás puse un pie en la calle y se me hizo agua a la boca. Ese plato solo lo preparaba antes de Cuaresma y en pleno viernes. Nos juraba que no contenía carne roja aunque nunca explicó la receta, menos los ingredientes.

—Pásele mi Comanche, ¿lo de siempre? —saludó apenas llegué a su puesto.

—Así es mi Pelosa, con la salsa más picosa, ración extra de carne santa y una Ketocola —pedí en lo que tomaba asiento en el banquito de plástico naranja.

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Ted Bundy me hace buena persona

Miguel Diaz Barriga

En 1986 John E. Douglas publicó su libro “Manual de Clasificación Criminal” y con eso haría oficial, desde una de las agencias de investigación más relevantes de la historia (el FBI), el término “Asesino Serial”. Usó este concepto para describir a una o más personas que matan de manera deliberada a un mínimo de tres personas en un plazo corto de tiempo, con una forma de operar en común y con la intención de conseguir gratificación psicológica de algún tipo.

A partir de ese instante, el mundo pudo asignar en un grupo a personajes como Ed Kemper, Charles Manson, Ted Bundy, entre otros seres que habían cometido actos tan infames que eran dignos de ser separados del termino “los normales”, pero con esta división, este momento asignado, vino algo que a muchos ha generado confusión: la gente comenzó a admirarlos.

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