Eduardo Antonio López
Hace veinte años que vivo acá. Desde que cobré el retroactivo de la jubilación, en aquel momento, un montón de plata. Así me construí –je, no moví ni un dedo– esa pre-moldeada alpina que ni se ve desde la ruta. Colores austeros por dentro y por fuera. Marrón que imita la madera, el techo de tejas rojas. La muchachada trabajó bien, para qué negarlo. Incluso me engancharon del poste lejano que sostiene el cablerío de la luz; teniéndola gratis no me privo de electrodomésticos, salvo la televisión y la radio que no me interesa tener.
Mis comidas son livianas, mucha fruta, mucha verdura, mucha agua. Voy al pueblo, San Filippo se llama, que no me queda tan cerca como para ir diariamente, ni tan lejos como para no ir nunca.
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