El Limpiador

Luis Adolfo Apolín Montes

¡Cada vez es más pesado cargar un cuerpo hasta aquí!, pensó mientras cubría con algunas rocas lo que quedaba de su última víctima. Nadie viene por estas tierras, ni los pastores con sus ovejas que prefieren los pastos más jugosos, ¡nomás puro arbusto dañino crece aquí! ¡ni los zorros se asoman!, por eso, cada vez que traigo un “bulto”, siempre estoy seguro de que se mantendrá más o menos intacto, devorado, eso sí, apenitas por algunos insectos que no faltan. Esos bichos son como yo, nada les importa, ni el frío ni el sol hiriente.

Un rugido lejano e impreciso lo sacó de sus cavilaciones.

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Elizabeth

Anderson Muchari

Da la medianoche, en mis manos un crucifijo carmín,
Abandonado a toda la pena del engaño que urdieron en tu dolor,
maldigo: ¡malditos los hombres que luchan por el amor!
¡Negros los días que lucho por quitarte la condena eterna!

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La novela visceral en Matagente de Rodolfo Ybarra

Francois Villanueva Paravicino

Escribirsobre Rodolfo Ybarra es referirse a un creador con alto compromiso político de izquierda radical y cierto anarquismo heterodoxo, de un crítico antisistema que denuncia las irregularidades y la corrupción de la sociedad, de un pensador que rechaza y demuestra lo que putrefacta a nuestro país; y para ello se vale de investigaciones intelectuales que desarrolla como periodista y escritor de oficio, que, como verán, ficcionaliza a través de la prosa literaria y la creación de universos escépticos, destructivos, paupérrimos, conflictivos, lacerantes y violentos.

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El asesino del SAT

Eduardo Omar Honey Escandón

El súper especial del puesto de garnachas de Doña Pelos olía a dos cuadras de distancia. Era la hora del segundo almuerzo así que, sin avisar, salí de la oficina en el segundo piso del edificio de la Procuraduría. Nomás puse un pie en la calle y se me hizo agua a la boca. Ese plato solo lo preparaba antes de Cuaresma y en pleno viernes. Nos juraba que no contenía carne roja aunque nunca explicó la receta, menos los ingredientes.

—Pásele mi Comanche, ¿lo de siempre? —saludó apenas llegué a su puesto.

—Así es mi Pelosa, con la salsa más picosa, ración extra de carne santa y una Ketocola —pedí en lo que tomaba asiento en el banquito de plástico naranja.

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Codex haereticus

Andrei Lecona Rodríguez

Universidad de Miskatonic
Arkham, MA.
Facultad de Filología
1 nov. 1892

Estimado Dr. August Bloch,

Conoce usted perfectamente mis objeciones a la publicación de este trabajo; puesto que aún desconocemos el paradero del Dr. Belknap, desaparecido poco tiempo después de terminar la traducción del manuscrito ms. 6066. El exhaustivo estudio que realicé de sus notas personales tras su desaparición deja, meridianamente claro, que no deseaba que esta traducción fuera publicada. La dificultad que supuso encontrar sus transcripciones sugiere que deseaba mantenerlas lejos de ojos curiosos. De hecho, tengo la certeza de que planeaba destruir sus notas junto con el propio manuscrito, cosa que solamente su inesperada desaparición evitó.
En cualquier caso, he atendido su petición —aunque no sin serias reservas— de redactar una detallada descripción del manuscrito, acompañada de la traducción del texto realizada por el Dr. Belknap. Mi única esperanza es que, tras leer su contenido, quepa en usted el juicio de no publicar este trabajo.
Saludos cordiales.

Dr. Phillip Long

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Solitario

Micaela Ygich

Me levanté reacio al pensar que debía trabajar durante doce horas, con un sabor amargo en la boca, realmente disgustado. Quise mover mi cuerpo, pero me sentía pesado, tenía flojera. Traté de mover las sábanas y sentí el frío de la mañana. Observé por la ventana que el día estaba gris y triste. No quería ir, pero debía.

El uniforme estaba frío e hice todo lentamente, no me importaba la hora que debía llegar. Estaba cansado y atormentado por las tantas veces que debía ir a aquel lugar. Estar doce horas cuidando una gran mansión no era un placer. A los pocos días de haber estado allí, contemplé que era una tortura.

Subí al auto y emprendí el viaje tan repetitivo que hacía todos los días. Los mismos árboles, las mismas calles, la interminable ruta con los mismos animales a un lado y la agónica ausencia de humanos. Miré el cielo y lo vi negro, amenazante. Debía apurarme.

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