El niño de mi infancia

¿Perdón? Sí, dame otra, pero que sea doble. Gracias, que lindo, me arreglé para una boda. De mi hermana. No te preocupes, todo está bien, sólo que no pude entrar a la iglesia. Sí, esa, la que está justo frente al bar, de hecho, se está celebrando la misa ahora. No quieres saber por qué no entré, además es una historia complicada y tienes que atender el lugar. ¿Estás seguro? Muy bien, te contaré, de todas formas, creo que necesito sacarlo de mi pecho o va a salir de otro modo.

Nací en esta pequeña ciudad, mis padres vivían a unas cuadras de aquí. Mi hermana nació tres años después. Yo era una niña tremenda, traviesa y no me quedaba quieta, según me cuentan. Durante un tiempo siempre fuimos los cuatro: papá, mamá, Erika y yo. Dice mi madre que me había puesto muy celosa al dejar de ser la hija única, “algo normal”, decían.

Mis padres nos traían al centro cada domingo a comer helado y jugar en el jardín frente a la iglesia. Escuchábamos al Padre dar sus sermones desde lejos y yo perseguía palomas hasta que alzaban el vuelo. Esos mismos sermones ¿lo escuchas? Sólo que en esa época no usaba micrófono. Justo ahora ha de estar diciendo algo sobre la importancia de la familia y su apoyo… y yo aquí.

Bueno, pues resulta que en mi infancia apareció un niño, en ese entonces yo ya tenía cinco años.” Un amigo imaginario es normal”, decían. Sírveme otra por favor. No llevo tantas, no te preocupes.

Este niño tenía mi edad y se llamaba Aby, yo no se lo puse, él me dijo su nombre… Aby. Al principio mis padres no hicieron nada, es normal ¿Sabes? Y de todos modos no era necesario, el niño jugaba conmigo, era divertido y siempre me hacía compañía, sobre todo cuando mis padres discutían. No era siempre y no eran grandes conflictos, pero nunca me gustó verlos así. Siempre aparecía ¡ah! porque aparecía, no llegaba, se materializaba y eso siempre se me hizo fabuloso ¡Tenía un amigo con super poderes!

Siempre aparecía para hacerme compañía cuando tenía miedo o ellos discutían, era mi amigo. Eso creía de corazón. No me lo vas a creer, pero me está latiendo fuerte el corazón nada más de contarlo, escuchas esos cantos en la iglesia, casi se acaba la boda de mi hermana y no estoy con ella. No, ella no lo veía, fingía jugar conmigo y con Aby pero en realidad nunca lo vio.

Pasaron algunos años, cuatro o cinco, pero Aby no creció conmigo, él se quedó de la misma edad, seguía actuando igual, divirtiéndose de la misma forma. Yo evidentemente fui madurando, tanto como una niña de diez años puede madurar. El punto es que me empezaron a interesar otras cosas, quería ser más adulta y tenía a mi espalda un niño de cinco arrastrándome. Hasta mi hermana era más madura que él para entonces,y por esta razón dejé de jugar con él,

Aby perdió la cabeza cuando me importaron más mis amigas que él. Empezó a hacer cosas extrañas, primero algo tranquilas: Cada noche al despertar lo primero que veía era el rostro de Aby mirándome fijamente, sin expresión alguna, después de unos segundos sonreía y me preguntaba si quería jugar, lo sé, tétrico, ¿No?

Se comenzaba a desesperar de muchas cosas y hacía berrinches horribles, lloraba y decía cosas aterradoras si no quería jugar o simplemente ponerle atención, aunque tuviera tareas o algo similar. ¿Qué decía? Comenzaba a decir que a mi madre la iba a atropellar un autobús o que un perro se iba a comer a las tripas de mis amigas. Imagínate a mi edad, dichas a gritos y con verdadero odio en la voz…

Después comenzó a despertarme a media noche o en la madrugada para jugar. Yo aceptaba de mala gana, tenía sueño y siempre tenía que despertar temprano. Casi siempre, mis padres me descubrían y me regañaban. En una ocasión me amenazó para llenar la bolsa de mamá con crema, sí, imagínate cómo se puso. Me llegó a convencer para encerrar a Erika en el baño, la pobre lloraba como loca por el miedo, mi madre me regaño, y cuando culpé a Aby se puso peor, me ordenó que dejara de imaginarlo ¿lo puedes creer? Ojalá hubiera sido así de fácil.

Me llevaron con una psicóloga que me dijo algo que no se me había ocurrido hasta esa época—Ignóralo—dijo así simplemente. En esa época yo lo vi como el gran consejo de un adulto informado, así que cuando llegué a casa lo comencé a ignorar. Que gran error, Aby se molestó tanto… comenzó a gritar todo el tiempo, no decía nada, era un grito incansable nada más. Sin parar, noche y día, no me dejaba pensar, dormir, hablar. Sólo se callaba cuando jugaba con él, ni después de haber jugado con él se callaba.

Fue cuando decidieron cambiar de un psicólogo a un cura. Al cura de esa iglesia precisamente, el que está casando justo ahora a mi hermana. El Padre Luis llegó y lo primero que me preguntó era sobre su apariencia, le conté que era de pelo negro como sus ojos y piel muy blanca, y que usaba una de esas túnicas antiguas que en algún momento fue azul y ahora era negra por la mugre. Después me preguntó su nombre, le dije que Aby. El Padre dijo— ¿Puedes preguntarle si es su nombre completo o si es su nombre real?

Le pregunté eso al niño y después le dije al padre—Abyssus.

Sírveme otra por favor. Oh vamos, ya soy adulta, sé cuánto tomar… entonces sírveme algo más ligero, pero sírveme otra ¿Quieres que siga? Entonces no dejes de llenar el vaso.

El padre abrió los ojos muchísimo al oír ese nombre y después se fue a hablar con mis padres al respecto. Resulta que es el nombre de un demonio. Así es, un maldito demonio… Sirveme otra mientras me miras con esa cara. Mis padres pusieron la misma expresión, pero aceptaron la teoría. El padre Luis se fue y a los pocos días volvió con otro padre, no recuerdo el nombre. Supe después que era un exorcista o algo así.

Este padre leyó algunas cosas en otro idioma, supongo que latín o italiano, después me mojó con agua bendita, me llenó de aceite, que de hecho olía rico, me puso crucifijos, otras cosas, pero yo no tenía ninguna reacción. Resulta que este otro padre determinó que no estaba poseída y se fue.
El padre Luis no se rindió conmigo, iba cada semana a hacerme entrevistas y a rezar conmigo, y así pasó casi un año hasta que al padre se le ocurrió algo tremendamente sencillo—Dile que se quede aquí en la sala, no se lo pidas, ordénaselo, después ven tú con nosotros al patio.

Así lo hice, le ordené que se quedara en la sala y salí al patio, desde el patio delantero de la casa se puede ver por la ventana la sala. Ahí estaba Aby, mirándome enojado, pero ahí dentro. El padre nos pidió a mis padres y a mí comenzar a caminar por la calle, Aby seguía en la casa gritándome por haberlo abandonado. Después de unos minutos de caminar y de tranquilidad, ese niño apareció frente a mí de nuevo.

El siguiente experimento era para ver si había sido el tiempo o la distancia. El padre me pidió que le ordenara quedarse en la sala mientras yo me iba a mi habitación. Pasaron unos minutos y Aby apareció en mi habitación furioso por haberlo dejarlo, me gritaba y m e insultaba.

Por último, el Padre Luis nos llevó a la iglesia. Me dijo—Ordénale que se quede aquí, en esta iglesia—Y eso hice. Estábamos dentro de la iglesia, pero a unos pasos de la puerta. Nos marchamos, subimos al auto y fuimos a casa, estaban sonando las mismas campanas que suenan ahora, pero sin los gritos, sin las risas y la hermosa novia saliendo por la puerta recién casada. Aby nunca volvió conmigo.

Resulta que cada vez que pasaba frente a la iglesia podía ver a Aby en la puerta, dentro de la iglesia, mirándome. Cada día, cada mes… comencé a evitar pasar frente a la iglesia. No volví al centro, incluso cuando crecí lo seguía viendo en secundaria. Para llegar a casa usaba caminos alternos. Me olvidé de él, todo volvió a la normalidad y comencé a tener una vida feliz.

En la universidad me mandaron un semestre a Estados Unidos, conocí a un hombre maravilloso, me casé, tuve un hijo hace cinco años. Y hoy, hoy… hoy se casa mi hermana, en esa misma iglesia. La verdad es que no me acordaba de nada hasta que me paré frente a la puerta. Lo vi ahí de pie, donde siempre se había quedado. Me sonrió, no ha cambiado nada. Había olvidado por completo como se veía, pero lo reconocí desde que lo vi. Por eso no pude entrar a la boda.

Mírala, ya se va en su limosina, se ve tan feliz y radiante ¿Sabes dónde va a ser su luna de miel? En Grecia, en esas bellas islas, me dio envidia pues yo no tuve luna de miel.

Sí, ya sé que si me paro ahora y me voy, Aby se va a quedar ahí de pie como todos estos años. Ese no es el problema, el problema es que no quiero volver a mi casa en Estados Unidos, no quiero volver a ver a mi esposo y menos a mi hijo. Estoy aterrada ¿Por qué? Verás, mi hijo tiene cinco años y es la viva imagen del niño que está ahí parado, en la puerta de esa iglesia sonriéndome ¡Dios! Hasta su sonrisa es idéntica. Tengo tanto miedo de ver a mi hijo, a mi propio hijo.


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