Carlos Enrique Saldívar
Si no me equivoco, creé mi cuenta de Facebook en 2012, pero no descubrí a José Antonio Corzal hasta el año siguiente, cuando alguien compartió un enlace a un cuento suyo en una revista en línea. El relato en cuestión se titulaba «Tu leal seguidor» y se trataba de un chico que admiraba a una chica de su mismo barrio, a la cual veía a menudo porque vivían a dos cuadras, y ella sabía que lo tenía agregado al Facebook, pero nunca se decían nada, porque ella era demasiado hermosa y él nunca se animaba a hablarle, ni en la realidad ni por la vía digital. La narración (que no era muy larga) avanzaba con algunas vicisitudes curiosas y saltaba hasta el año 2023, en el cual el muchacho no se atrevía a dirigirle la palabra, aunque ya la veía menos y ella, que ahora tenía veintiocho años, anunciaba que daría por finalizada su carrera de modelaje para dedicarse a su gran pasión: la repostería. Un relato magnífico.
Lo que más me impactó es que nunca pasó nada entre ellos ni se atisbaba que sucediera alguna vez. En fin, mi historia es parecida, pues llevo siguiendo a este escritor de mi país, de mi distrito durante diez años y hoy, 16 de marzo de 2023, a pesar de todos los problemas que aquejan a mi patria, es la primera vez que me comunico con él. Hablamos por medio del inbox de esta red social, también me creé Instagram solo para seguirlo y ver sus fotos de eventos, publicaciones. Poseo todos sus libros, ninguno con su firma, ya que nunca tuve el valor de acercarme a él en alguna de sus presentaciones de obras y acercarme para hablarle.
Que quede claro que esto es una admiración intelectual, sin embargo, yo creo que esto va más allá: hacia lo esencial. Un muchacho como yo, nacido en 1990, con la falta de una figura fraternal (tengo tres hermanas, soy el único varón, y soy el menor del grupo), sin un ejemplo de mi padre, quien se encuentra separado de mi mamá, y ya no nos manda dinero porque «ya estamos grandes para cuidarnos solitos». Mi progenitora trabaja como secretaria en una empresa y no le va mal. Yo estuve estudiando Turismo y Hotelería, algo paradójico porque no me gusta viajar mucho, aunque sí tengo vocación de servicio y facilidad para los idiomas. Acabé inglés comercial en un instituto y francés en una academia. Además llevé cursos de italiano, portugués e incluso quechua. Dejé mi carrera en pausa por cuestiones económicas, en la Universidad Peruana de Tecnología, no obstante, puedo retomarla en el momento que lo desee en cuanto junte el dinero, sólo me faltan tres semestres. Actualmente me dedico a hacer traducciones de libros para escolares en diversas editoriales alternativas.
Soy tu leal seguidor, José Antonio. Y no hay nada de malo en ello. Les doy me gusta a la mayoría de tus publicaciones (nunca a las de política, religión o temas sociales, solo a las de cultura). Siempre he estado ahí, y he recibido media docena de likes de tu parte durante estos últimos años cuando he anunciado un nuevo libro traducido. La universidad nacional donde te formaste: Federico Villareal, pidió una versión en inglés de cuentos del excelente narrador Horacio Quiroga para los alumnos de la carrera de Literatura de primer año. Eso fue lo que estudiaste. Egresaste de esa especialidad y ahora cuentas con cuarenta años, más de mil trescientos microrrelatos, cuentos, poemas, reseñas, artículos, ensayos, publicados a la fecha. A veces comentas en entrevistas que preparas tu primera novela, aunque aún no sale, la espera me aturde, porque soy un gran lector. Por ti, traté de convertirme en escritor, primero con algunos poemas en verso libre, luego con relatos, mas no obtuve ningún éxito.
Hoy, esta madrugada (porque ambos somos lechuceros), me escribes por interno y me dices que valoras mi trabajo y deseas que traduzca un cuento largo porque quieres entrar a los mercados estadounidense y canadiense. ¿Cuánto te cobraría? Para ti, nada. Empero, no debo darte una respuesta así, te digo que, como tu estilo es pulido, solo serán dos soles por carilla. Me agradeces y quedamos para trabajar juntos en adelante. El diálogo es sucinto, te despides con un cordial «Muchas gracias», y te pierdes en los confines de la red. La alegría me llena como un perfecto vino a una copa de cristal. Aunque también se me presenta una ligera tristeza. Ya no podremos vernos en persona, aunque me lo pidas. Porque este sueño de ser alguien tan brillante como tú ha de permanecer en mi mundo interno. No conseguiría jamás estar frente a ti. Eres tan grande. Me conformo con ser para siempre tu leal seguidor.