La novela visceral en Matagente de Rodolfo Ybarra

Francois Villanueva Paravicino

Escribirsobre Rodolfo Ybarra es referirse a un creador con alto compromiso político de izquierda radical y cierto anarquismo heterodoxo, de un crítico antisistema que denuncia las irregularidades y la corrupción de la sociedad, de un pensador que rechaza y demuestra lo que putrefacta a nuestro país; y para ello se vale de investigaciones intelectuales que desarrolla como periodista y escritor de oficio, que, como verán, ficcionaliza a través de la prosa literaria y la creación de universos escépticos, destructivos, paupérrimos, conflictivos, lacerantes y violentos.

Leer la novela Matagente (Temática Editores Generales, 2012), comenzó como simple curiosidad y gran interés; pero avanzada las primeras páginas, me atrapó en un éxtasis de sensaciones fuertes, agresivas y destructivas. Me recordó a la experiencia que tuve al disfrutar La familia de Pascual Duarte, El extranjero, 120 días de Sodoma o Trópico de cáncer, aquellos libros que gustan a los adolescentes y jóvenes, por generar emociones fuertes y terribles, que incluso muchos críticos afirman que producen contraefectos en sus lectores, provocando malos sentimientos e ideas perturbadoras.

Al conocer más al protagonista de esta historia, el asesino en serie Atoj, recordé que la literatura no solo representa conflictos sociales, psicológicos, (inter)personales, épicos, económicos o sentimentales; sino que puede enfrascarse en las acciones más oscuras del hombre, las pasiones más crueles e inhumanas, las locuras y maldades de la humanidad, los pensamientos más duros y malos.

Y, en efecto, aquella es la propuesta de Rodolfo Ybarra, quien ha basado la historia del personaje de esta novela en el Rex Feral del libro de Hitman, A technical manual for independent (Editorial Paladín, 1983), que fue requisada y llevada a juicio por provocar un triple asesinato. Por ello, aquel Atoj (que suena a la palabra en quechua “Atuq”, que significa “zorro”, “astuto” o “ducho”) es un personaje despiadado, sádico, salvajemente asesino; quien, como todos los asesinos en serie, tiene problemas mentales, un pasado tormentoso, un egoísmo e insensibilidad salvajes, una pervertida sexualidad bestial, y un terrible odio a la humanidad y los hombres.

Pensé que los elogios que le escribían a Daniel Alarcón (“es una novela audaz y desconcertante”), Diego Trelles Paz (“visceral, desmesurada, profundamente misántropa… la novela de Rodolfo Ybarra no va soportar términos medios”), Arturo Delgado Galimberti (“tiene niveles de violencia que no se hallan ni siquiera en American Psycho, del estadounidense Brest”), o Rafael Inocente (“es la primera novela gore que se escribe en el Perú; quizás, aunque suene pretencioso, es la novela negra que alguna vez imaginó Julio Ramón Ribeyro”); eran un tanto desmedidos o, tal vez, inexactos; pero la verdad es que todos estos escritores y lectores dieron en el clavo.

Por eso, quizás, haya terminado sus doscientas cincuenta páginas de un tirón, casi de una sentada, donde los crímenes y peripecias de aquel personaje maldito me estremecieron y desconcertaron, algo que creo casi nada o muy poquísimo se ha propuesto temáticamente en las novelas peruanas; pues solo he visto ese tipo de escritura en escritores internacionales y, según la etiqueta que le otorgan los críticos literarios, “malditos o viscerales”. En ese sentido, en aquel que se aventure en la lectura de aquella entrega, que afloje bien las vísceras y no sufra un desmayo o un ataque de pánico. La advertencia está hecha.


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