Anderson Muchari
Da la medianoche, en mis manos un crucifijo carmín,
Abandonado a toda la pena del engaño que urdieron en tu dolor,
maldigo: ¡malditos los hombres que luchan por el amor!
¡Negros los días que lucho por quitarte la condena eterna!
Una noche sin recompensa se cierne sobre mi boca,
llena de venganza y tinieblas me abjura,
apuñalo mis recuerdos infantiles,
sueño vomitar un fénix sobre tu pecho yermo,
soy grito, campanada medieval llena de tiempo
y me saluda la dulce mosca sobre el doceavo tañido,
¡una voz mía besa la epístola y su mortaja!
No hay más que tu sombría e irradiante imagen muerta,
Elizabeth, que por la noche has sido acogida y balaustrada,
mis lóbregas manos te buscan desde mi yo, y no estás más,
deja que halle el mismo camino que se lleva tu mirada de amor
que te aparta de nuestro hogar sin voluntades;
nuestra mesa nupcial llora tu muerte aterciopelada
y talentos de la oscuridad solo hay ahora,
mi amada ¡Elizabeth!, te han matado,
y a ellos mismos contigo,
pues el que el amor arrebata
deja al odio el sendero hacia el corazón.
Todo es miserable bajo mis ojos, ¡Elizabeth!
empiezo a olvidar tu nombre y libar el láudano de las paredes,
todo huye bajo mis palabras, ninguna lo evita,
tu noche y mi noche coexisten sin ser nosotros,
la boda que se celebra en todos los jardines se esconde,
nos han apartado y yo apartaré a Dios del mundo
para volver a vivir en tu omnipotente regazo
que llora aquí y afuera con la sangre omnisciente
que sufre fuera de ti,
por un amor,
prematuro portador del óbolo.