En 1986 John E. Douglas publicó su libro “Manual de Clasificación Criminal” y con eso haría oficial, desde una de las agencias de investigación más relevantes de la historia (el FBI), el término “Asesino Serial”. Usó este concepto para describir a una o más personas que matan de manera deliberada a un mínimo de tres personas en un plazo corto de tiempo, con una forma de operar en común y con la intención de conseguir gratificación psicológica de algún tipo.
A partir de ese instante, el mundo pudo asignar en un grupo a personajes como Ed Kemper, Charles Manson, Ted Bundy, entre otros seres que habían cometido actos tan infames que eran dignos de ser separados del termino “los normales”, pero con esta división, este momento asignado, vino algo que a muchos ha generado confusión: la gente comenzó a admirarlos.
¿Quién, es su sano juicio, enaltecería a un hombre que mató y torturó a decenas de mujeres por pura satisfacción sexual? ¿qué hace que una persona que mató y se alimentó de jóvenes hombres de Milwaukee se vuelva un icono alabado y admirado?
Si le preguntáramos a la mayoría de la población que sienten una fascinación por el asesino serial, nos responderían algo como: Es muy interesante saber por qué hacen lo que hacen ¿Por qué no se detienen?
Lo que da a pensar que el hecho de no entenderlos es la razón de que la población en general tenga una atracción, una fascinación, incluso un morbo por ellos. Los cines se llenan cuando una película de asesinos seriales aparece, los libros del tema no terminan de ser publicados, cuando capturan a alguno es noticia mundial y pocas veces pasa desapercibido. ¿todo eso sólo porque no los entendemos? ¿Tanta maquinaria social girando en torno a algo que nos causa curiosidad porque es extraña a nosotros?
Consideren la siguiente afirmación con seriedad: Todos hemos pensado en matar a alguien, todos. Ta vez no en asesinarlo, pero sí has deseado que el conductor, que se te metió manejando, tenga un choque más adelante; que el sujeto, que fue grosero en la calle, le caiga un meteorito justo en la cabeza o que la maestra, que te reprobó, la atropellen saliendo de la escuela. Es mucho más común pensar en asesinar a alguien que llegar al acto de ser tú quien atropelle, tú provocar el choque o golpear con fuerza esa cabeza. A final de cuentas, el deseo de la muerte del otro es natural y más constante de lo que puedan imaginar, o aceptar en sociedad.
Todos estos pensamientos son “malos”, van en contra de las leyes locales, los derechos humanos, los mandamientos religiosos, los valores. Representan entonces nuestra peor faceta como humanos: he pecado en pensamiento.
Pero alguien más, un grupo de gente, es capaz de no quedarse en pensamientos tan malvados y lo lleva al acto, eso te convierte a ti, quien deseaste la muerte de tu prójimo, en una buena persona, alguien que sí se controla, que está dentro de las normas sociales y, por tanto, somos aceptables.
El asesino serial es aquel que puedes llamar malo, por obvias razones, pero también el que te da a ti la categoría de bueno. La fascinación hacia ellos viene, entonces, en que el asesino si lleva a cabo sus deseos, no los limitan, cumplen con aquello que tú no te atreves a cumplir, o que no tienes permitido cumplir y, al mismo tiempo, esa acción envidiable te vuelve un miembro respetable de la sociedad a pesar de tus pecados, por que “No puede ser tan malo que venda drogas en la esquina de mi casa si hay otros que matan a miembros del narco contrario.” O “¿Qué tan malo soy si solo golpeo y abuso de mujeres cuando hay otros que, además, las matan?”, “¿No es peor matar a las personas ricas por rencor que sólo robarles por las noches en sus casas?”.
La clasificación de Douglas logró personificar lo peor del ser humano y desapegarnos de ello, logró hacer que cuando ves a un motociclista pasándose imprudentemente el semáforo uno diga “por eso los atropellan” y pensar que esa afirmación no quebranta, al menos no al mismo nivel, como incumple ser el que maneja y lo atropelle.
En algún punto escuché a un hombre decir respecto a una marcha feminista “por eso las matan” y yo digo ¿Ese orden de pensamiento no será el mismo que alguien, en algún lugar, tuvo antes de iniciar su propia serie de asesinatos? ¿Qué te hace diferente? En efecto, que no lo llevas a cabo, pero ¿Qué sientes al saber que piensas igual que ellos? ¿Te has detenido a pensar cuantas personas han visto tu muerte en sus mentes?
El asesino serial hace lo que no nos atrevemos a hacer, y por ello nos permiten entrar en la fracción aceptable de la sociedad. Si la sociedad tuviera castigos por los pensamientos ¿Qué tan aceptables seriamos? Que suerte que somos libres de pensar, nuestra mente es el único lugar donde podemos ser cien por ciento libres, y aun ahí seguimos deseosos de no incumplir con lo que la sociedad manda, da miedo afirmar que todos han pensado en matar a alguien. Por favor, háganse una cruz en el pecho y sigan con sus vidas.