Nuestro Cuento de Hadas

Viviana Yolotzin Mendoza Hernández

Abro la caja de Pandora
el cuarto de Barba Azul
y mis celos desaparecen
con mi inocencia.

Mi mano saca objetos pequeños,
casi baratijas, cargados de memorias.

El collar de Laura
y la pulsera de Julieta.
El broche de Graciela
todavía con unos cabellos
teñidos color fantasía.

Bajo mi anillo de compromiso,
el de Jimena, con una piedrita perdida.
Mi anillo todavía en la caja de la joyería.
El de ella al fondo, atorado con una gargantilla.

No importa cómo sé sus nombres.
Importa lo que me piden,
lo que tú harías si alguien más me quitara la vida.

El anillo que compraste es justo mi medida.

Lo devuelvo a su cajita y dejo la evidencia a la vista.
Necesito prepararme para tu llegada,
necesito verificar que al carro no le falte nada
como precaución a las primeras nevadas.

Hoy es el solsticio, la noche más larga del invierno.

El momento perfecto para un compromiso eterno.

Bajaste la guardia, me tuviste afecto.
Esa caja, el anillo y tu rabia son la evidencia.
Eres leal y deseaste ser sincero.
La rabia es la máscara favorita de la tristeza.

Serás mi último recuerdo
entre tus manos perderé el aliento
mientras mi cuerpo danza
bajo tus emociones alteradas por el secreto.

Cuando me veas quieta, como si estuviera durmiendo,
seguro que desearás darme un beso,
de esos felices, de los viejos cuentos.
Donde las hadas siempre salvan a los que son buenos.

No sé si será una fantasía o una pesadilla mi sueño eterno.

Lo que sé es que en la cocina está el jugo de naranja
de tu rutina matutina
Fresco y dulce,
funesto.

Como todo lo que realmente era nuestro.


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