El asesino del SAT

Eduardo Omar Honey Escandón

El súper especial del puesto de garnachas de Doña Pelos olía a dos cuadras de distancia. Era la hora del segundo almuerzo así que, sin avisar, salí de la oficina en el segundo piso del edificio de la Procuraduría. Nomás puse un pie en la calle y se me hizo agua a la boca. Ese plato solo lo preparaba antes de Cuaresma y en pleno viernes. Nos juraba que no contenía carne roja aunque nunca explicó la receta, menos los ingredientes.

—Pásele mi Comanche, ¿lo de siempre? —saludó apenas llegué a su puesto.

—Así es mi Pelosa, con la salsa más picosa, ración extra de carne santa y una Ketocola —pedí en lo que tomaba asiento en el banquito de plástico naranja.

—Claro, como usted diga. ¡Niña! Ya escuchaste, atiende de lujo a este tipo que si no es tu padre, lo deberías de adoptar —-ordenó Doña Pelos a la adolescente que, con cara de fastidio porque tuvo que dejar su celular a un lado, rebuscó en la enorme olla del súperespecial los mejores trozos y los sirvió con abundante caldo.

—Oiga mi Comanches, ¿ya van a atrapar a ese tipo? —preguntó Doña Pelos cuando me pasó el platón.

—¿A cuál tipo?

—Ya sabe, a ese que le dicen el Vengador del SAT. Ya ve, dijeron por allí que anoche encontraron otro cuerpo en un baldío. Quesque estaba sentado bien vestidito como burócrata, con los ojos y la boca engrapados. ¡Ah! Además, me llegó el rumor de que parecía una estatua de alguien que escribía en un cuaderno como de escuelita…

—¡Mamá! Eran hojas T, las que se usan en contaduría —cortó la hija con la valentía del creerse sabia a los quince años.

—Bueno, lo que sea chamaca. Quesque lo hicieron sentarse en algo hecho con declaraciones y bien pegaditas con engrudo. Y esto fue lo que lo mató.

—¡Mamá! ¿Que no escuchaste bien al teniente Godínez? Era un palo con punta bien afilada y todo estaba tapizado de declaraciones de impuestos. Le hicieron lo mismito que hacía el papá de Drácula, Vlad el empalador, ¿verdad que sabe mucho el teniente? —afirmó al final la jovencita con ojos y un tono de voz que denotaba más que admiración.

—Más bien cierre las orejas y las piernas, niña. Ese tipo, con el perdón del Comanches, no tiene buena pinta y cuando menos tiene el doble de años que tú.

—¡No entiendes! —respondió la chilpayate indignada y de inmediato de calzó los audífonos antes de dirigir su atención a la pantalla de su celular.

Me quedé frío. En primera porque lo que Doña Pelos estaba lleno de detalles que no filtramos en la conferencia de prensa por la mañana. En segundo porque el Godínez se estaba pasando de lanza, estaba casado y tenía un hijo en su matrimonio actual sin contar su resbalón a los diecisiete.

—¿Tons qué? ¿Ya saben quién es, mi Comanche? Es el cuarto o quinto que se topan desde que empezó marzo. En las noticias dijeron que es cuando los morales presentan declaración.

—Las personas morales, mamá, las personas morales —interrumpió la hija. Buen oído en definitiva ya que yo escuchaba con claridad el reguetón de la lechita que sonaba en sus auriculares.

—Bueno, mi Pelosa —empecé luego de carraspear tras pensar cómo podría poner bajo arresto o licencia con suspensión al Godínez—, noto que está muy bien informada. Debido a la gravedad de los sucesos no estoy autorizado a discutir muchos detalles puesto que es una investigación en curso, como usted comprenderá…

—Ya bájele dos rayitas —interrumpió una voz a mi derecha, era un señor delgado de pelo entrecano y quizás de unos sesenta años—, que todos hemos visto las fotos y los videos. Primero se toparon con esa gorda. ¿Cómo la llamaron?

—La Informes — atajó rápidamente un joven de gorra, con enormes cadenas y una playera de Armageddón Mefisto, el nuevo grupo de metal urbano de la ciudad.

—¡Gracias! La Informes —continuó el señor—. Fue en plena Plaza de la República bien sentadita en una de esas sillas de oficina, con gesto de qué-le-vamos-a-hacer, o sea, la cara retacada de maquillajes con el gesto de como si le valieras, un blusón lleno de flores de la época de mi abuela, falda bien entallada donde sobresalían las llantas y los brazos sostenidos con alambres llenos de espinas metálicas para dejarlos en posición. Cada centímetro de su piel lo marcaron a fuego con un sello que decía “documentos insuficientes”, incluso la lengua. Dizque le cortaron los párpados en vida para que quedara bien la expresión. A esta la mataron porque le abrieron el cráneo y lo llenaron de folletos informativos de Hacienda.

—Luego se les apareció El Tortas— dijo el joven—. ¡Estuvo buenísimo! Eso fue en la oficina del sur, ¿o no, Comanches? Camisa blanca llena de manchas de comida, corbata a un lado, sentado con las manoplas cosidas a una torta cubana que llenaba el hocico de tipejo, todo retacado a fuerzas de pura vitamina T: tortas, tacos, tlacoyo, tostadas. Hasta en el culo le salían…

—Sin más detalle, Mencho —rogó Doña Pelos—. Y que les deja luego al Licenciado…

Por la impresión escupí la cucharada que estaba por tragar. Que hijo de su retinta mamá era Godínez. Este caso, por petición presidencial, se había mantenido en silencio ya que el susodicho Licenciado era tío de una tía de la presidenta. Y, además, el perpetrador dejó el cadáver y todo su montaje en una oficina del piso donde despachaba el Secretario de Hacienda. Con una pistola de clavos fijaron manos y brazos a un escritorio, estaba inclinado levantando el trasero, con los pantalones y calzones en los tobillos. La pluma con la que el Secretario firmaba acuerdos y papeles tuvo que ser extraída por el forense ya que estaba a mitad del recto. De los ojos sobresalían esas clásicas plumas negras con cadenita que existen en cualquier oficina burocrática. A este tipo, por debajo de la ropa interior y el costoso traje, lo envolvieron con hojas y hojas de la ley tributaria cubiertas de un veneno que absorbió por horas a través de la piel. Para que no gritara le cortaron la lengua y las cuerdas vocales.

—Neta, es todo un valedor este cabrón —expresó con admiración el Mencho.

—Y todo un artista —expresó contundentemente el señor de pelo entrecano.

—Yo dijo que es una chava feminista —afirmó la quinceañera—. Esto que hace es para que no nos callemos y nos levantemos en contra de sistema.

—Sea como sea, niña, nunca pensé en que un asesino como este podría ser un vengador como el Joker.

—Batman, mamá, Batman.

—¡Por fin alguien hace justicia! ¡Hace lo que muchos hemos deseado!

Lentamente, sin interrumpirlos, terminé mi súper especial, le agradecí a Doña Pelos quien no me aceptó pago ni propina para la jovencita. Tomé camino a la oficina donde tendría una larga plática con Godínez sobre la quinceañera. Sobre el caso no había necesidad de decirle nada, al fin de cuentas haríamos lo que nos dijeron sin decirlo: olvidarnos del caso. Al final de cuentas , todos (incluso los altos mandatarios) teníamos muy guardado, dentro de nosotros a un asesino del SAT.


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