Lord Crawen
Jamás escuché el conteo regresivo. Te preparas para todo, menos para ese instante en el que el mundo entero cuenta hacia atrás, como si el tiempo relativamente pudiera alterarse de esa forma.
Nunca podremos ir hacia atrás, por más que se intente, no podemos retroceder de ninguna forma. Antes de concluir con este pensamiento, quiero recordar todo lo ocurrido antes de que el conteo llegara a cero.
Nuevamente, la palabra negada. En ningún momento de mis días como infante desee subirme a un gigantesco transporte metálico para cruzar el cielo. Todo se fue dando conforme al tiempo. No existe como tal un libre albedrío, pero sí existe una libertad de elección. Pensé, en algún punto de mi vida, que la idea de lanzarme al abordaje de una nave metálica, sería como la de un viaje de un pirata en un barco de madera, surcando los oscuros mares de las galaxias.
Ese camino no fue simple. Años de trabajo y de investigación. Descansando poco para atormentar a mi mente y malinterpretar los sonidos corporales, solo para llegar a ese momento.
Al final de todo, me eligieron.
A mis tardíos 55 años, intenté comenzar una vida con mi mujer. Adoptamos una hija. Ambos la creamos. Las investigaciones de elección de pareja hoy son una realidad. Nuestra descendencia es menos propensa a enfermedades y a una longevidad mayor, buscando el desarrollo completo de la raza humana, con más investigaciones.
Pero también, hay partes en el mundo que ya no son habitables.
La población se reduce a ciertos puntos. Aprendimos a vivir en los mares, los cuales también menguan su capacidad.
Por todo esto, nuestra misión es prioritaria.
El día que me eligieron no fue sencillo. Una rápida presentación a los medios y más trabajo físico y mental. Análisis de trayectorias, exploraciones, reparación de la nave, estudio de componentes, cálculo de peso, cálculo de entrada hacia la atmósfera, duración del viaje. Todo reducido a espacio-tiempo.
¿Cuánto tiempo va a costarnos?, pregunté. Me decían, costará el tiempo de la humanidad, pero encontraremos la manera.
Solo cuatro tripulantes de una población actual de 800,000 personas. Y contando hacia atrás.
Diez. Gente reunida alrededor del campo de lanzamientos listos para ver nuestra nave despegar en busca de esperanza.
Nueve. Las aguas se mueven levemente, ardiendo en aquella tarde de verano, evaporándose sin esperanza de una posible lluvia.
Ocho. La doctora en ciencias, al lado mío, me aprieta la mano.
Siete. Apago el comunicador, solo quiero pensar que aquella mano que presiona fuerte es la de mi mujer y la de mi hija.
Seis. Imagino el vasto espacio oscuro, la potencia del cohete va a lanzarnos hacia la atmósfera y sería un viaje tremenadamente caluroso…
Cinco. La gente aplaude, alza las manos, a pesar del calor que hace fuera.
Cuatro. Todos nos miramos. Cierro los ojos y mis oídos, dejo que el tiempo se encargue.
Tres. Familias enteras han perecido. Hagámoslo por ellos.
Dos. Mi hija perfecta. Mi hija de la ciencia. Nuestro error como especie.
Uno. Imagino el nuevo mundo, volver a empezar. Nuevas reglas.
Cero….
Tengo un recuerdo muy claro en mi mente en este lugar blancuzco, donde el espacio-tiempo no existe. El silencio extenso lo cubre todo. No hay cuerpos de ninguna forma en este sitio. Así es la nada, una atmósfera donde mi estado de materia vaga. No puedo decir que soy un espíritu, solo me desplazo de aquí hacia allá, sin ir a ningún lugar.
Recuerdo un estallido. El calor subió rápidamente hasta la cabina de vuelo. Todo fue rápido. Ahora, en este desconocido espacio sigo vagando, tratando de encontrar un resquicio de luz, un universo al cual desplazarme para volver con mi familia; o encontrar lo que era nuestra misión principal, a la cual dediqué tiempo de mi vida: estábamos buscando un nuevo mundo para vivir.
Tiempo después, encontré que aunque no puedo sentir nada, en esta misma nada, pienso; existo de alguna forma. Transmito mis pensamientos y reverberan en este enorme cúmulo blancuzco espacial. Puedo incrementar mentalmente lo que pienso, esperando se rompa una barrera y llegue a algún sitio de alguna forma. Voy a intentarlo una y otra vez, para que algún día llegue a alguien.
— ¡Señor! ¡Hemos interceptado una transmisión del enemigo!
― ¿Qué dice?
El comunicólogo comienza a escribir lo que el telégrafo detectaba. Puntos y líneas eran detectados por el aparato. La paciencia del general se extiende. El traductor continúa tomando el mensaje. Desesperado, el general le arranca la hoja al comunicólogo y lee el descifrado mensaje. Mira estupefacto al hombre que con esfuerzo, sudor en el rostro, se debate en el horror.
―Todo esto son patrañas. Mande mensaje a los americanos, los necesitamos en la guerra. Viajes al espacio. Sí como no, ni que estuviéramos en un cuento de Julio Verne. Por eso inició esta guerra, niño, para hacer un mundo mejor. Escribe el siguiente mensaje…