Carolina Daza

El 13 de agosto de 1521, heroicamente defendido por Cuauhtémoc, cayó Tlatelolco en poder de Hernán Cortés.
No fue triunfo ni derrota,
fue el doloroso nacimiento del pueblo mestizo,
que es el México de hoy.

Jaime Torres Bodet

Recuerdo que el primer contacto que tuve hacia las culturas prehispánicas fue un libro llamado El despertar del jaguar, contenía aproximadamente 200 páginas, lo que me pareció muy extenso pero lo tomé de cualquier manera (para esos años era lo más extenso que había leído). A la edad de nueve, lo poco que conocía de las culturas prehispánicas había sido de mis clases de historia y los libros de la SEP, así que tenía un bagaje bastante “mocho” en ese tema. En fin, este librito se trataba de una compilación de tradiciones, cuentos y leyendas indígenas, por lo que luego de leerlo me sentí como toda una institución en el tema, jamás pasó por mi mente cuestionarme lo que había aprendido; para mí, así era como los prehispánicos vivían.

Hace poco, por casualidad, tuve la oportunidad de conseguir esa misma edición de relatos en la tienda online de FCE, y me dio mucha risa volverlo a encontrar, no por los relatos en sí, sino porque fue esa lectura la que me llevó a interesarme sobre los mexicas y la literatura alrededor de ella. Tlacael de Velasco, “Chac Mool” de Carlos Fuentes, “Tenga para que se entretenga” de Pacheco y “La noche boca arriba” de Cortázar, formaron parte de mi enseñanza, todos textos muy interesantes con un corte prehispánico, pero completamente erróneos según la historia. Lo que es más chistoso de todo, es que mi ignorancia se vio interrumpida a una edad bastante tardía (a los dieciocho); antes de esto, la mitología prehispánica era sinónimo de folclore, bajo cualquier contexto. Por lo que, en mi primer día de universidad, en una materia conocida como “literatura prehispánica” (que no era prehispánica, sino novohispana y posterior), el profesor nos dijo: “todo lo que creen saber de las culturas prehispánicas, es falso. Ni lo que viene en los libros, ni los mitos, ni lo que dijo Cortés en sus cartas, ni la identidad nacionalista del siglo XIX es real. Por allí, un historiador llamado Miguel León-Portilla intentó entender el pensamiento “filosófico” mexica, tampoco lo tomaría tan en serio”. ¡Auch! En ese tiempo, mis ilusiones de brillar con respecto a la cultura mexica, se rompieron y tuve que estudiar todos estos falsos textos para finalmente comprender que lo más que podía hacer, era leerlos entre líneas e intentar crear algo con ellos. Ya sea crónica, estudios críticos o escritura creativa, tal como hizo Carmen Leñero con su libro de Monstruos Mexicanos, una obra que explora la manera en que muchas deidades prehispánicas que fueron adoradas, pasaron a ser monstruos temidos por la población.

Luego de quinientos años de conquista, no dejo de notar que dentro del círculo de editores, autores y correctores, del que formo parte, se sigue refiriendo al imagimundo prehispánico como mitología, más que como ideología, mientras que la conquista es una grosería que hace alusión a la destrucción deliberada de un pueblo maravilloso y pacífico que no invadía otros poblados ni acostumbraba sacrificios humanos con prisioneros de otras comunidades. Soy consciente que querer hablar de mitología mexica es adentrarse en un lodazal y proclamar entenderla es llenarse la boca de mierda. Comprenderla hoy en día no es posible; primero, por la brecha generacional; segundo, por el inculcado pensamiento occidental de la civilización que tenían los renacentistas y que ahora es el razonamiento que como “mexicanos” (sea lo que signifique esto) tenemos. Lo único que podemos hacer como filólogos es intentar reinterpretar los mitos, quizá crear algo genuino con ellos, como Pacheco, Fuentes o Leñero, o también podemos rogarle a Huichilopoztli sobrevivir al hedor humano del metro a las 6pm.

Tendencias